SOLO DE GUITARRA Y LLANTO
No me quedan
ojos
para llorar
las horas que me bebo,
vacías de lo
que alguna vez
fue razón
para un poema.
Teñidas las
pupilas
de un dolor
irreversible, hecho de silencios
y caídos los
párpados por el peso
de todas las
noches a oscuras,
sin
estrellas que sirvan de pañuelo
para secar
el paso de unos días
mojados de
la pena más amarga
que pueda
habitar y crecer en un pecho.
Las madejas
de los besos que dan las rimas
se han
quemado en el incendio de un abismo
en el que
las alas ya no sirven para volar
una vez que
caes,
y las tripas
de la ausencia
se quedan
suspendidas en el vacío,
sujetas
únicamente por la última esperanza
que se
aferra a un desgastado existir.
No soy más
que palabras
llorando en
un sofá cuando despiertan
y la luz
ciega sus fauces
de lobo
atemporal
ante el
hastío de recuerdos sin sombra.
Vengo con la
pena descosida de los labios,
herida por
los callejones de un papel moribundo
que sueña
con desnudar las musas
que un día
le hicieron sentir vivo…
Pero ya no
queda nadie detrás de este espejo postergado,
tan sólo un
reflejo que devuelve los versos
y las ojeras
de una mirada que se ha cansado de ser.
Yo también
quise desaparecer
y sólo
obtuve puertas abiertas
a una
infinita sala de espera
donde
desesperar era el único objetivo.
También tuve
más alcohol que sueños
en una
cabeza podrida de narcosis
que espera a
duermevela
a que sus
brazos dejen de estar deshabitados.
Entre los
suspiros de mi ajado aliento
sólo se
distinguen tres invisibles sílabas
que gritan
con enmudecida voz
y un clamor
desesperado:
socorro.
Socorro,
amor,
me ahogo sin nadie conmigo.